Flores rotas… Obra del inasible Jim Jarmusch, que muy probablemente será recordada como la película "de" Bill Murray. No es "de", bien lo sabemos. Pero sí es "para" o "en honor a" este seductor muy a pesar suyo, que ahora hace de un Don Juan vencido por los años y enfrentado a una supuesta paternidad tardíamente revelada.
Aquí no tiene sentido preguntarse si el actor norteamericano se interpreta a sí mismo, o si en realidad le cuesta despojarse de la mezcla de escepticismo, indiferencia, abulia, resignación que lo hicieron famoso cuando encarnó a Bob Harris en Perdidos en Tokio o a Phil Connors en Hechizo del tiempo (El día de la marmota para algunos). Aquí lo que importa es la evolución de Murray/Don Johnston, ese pasaje de la apatía y el escepticismo a la desazón y la ansiedad.
Para hacernos saborear semejante conversión, el guionista/director divide su road movie en secciones o capítulos. Cada una(o) describe el reencuentro de Johnston con una ex amante o pareja, y permite recomponer los distintos tipos de huella que un hombre suele dejar en una mujer: buenos recuerdos, cierta añoranza, indiferencia o total resentimiento.
Lejos de presentar una fábula sobre la paternidad o la madurez, Jarmusch se conforma con proponer un relato sobre determinado personaje ubicado en un determinado contexto y ante determinada situación. La reflexión, las eventuales conclusiones, quedan a criterio exclusivo del espectador.
En Flores rotas, no sólo redescubrimos al carismático Bill. También tenemos la oportunidad de toparnos con las a esta altura legendarias Sharon Stone y Jessica Lange. Y por si esto fuera poco, disfrutamos de una historia aparentemente anodina pero sin dudas conmovedora.